Corría el año 2007 y aún no habíamos encontrado el terreno que durante cuatro años habíamos estado buscando. Soñábamos con una casa con jardín y un par de hectáreas de viñas en los Valles Calchaquíes. Sin embargo, el destino tenía otros planes. Empezamos a mirar opciones más ambiciosas y, justo entonces, nos ofrecieron una fracción del Valle de Carreras en la Finca Tacuil.
El encanto único de ese valle, ubicado a 2.590 metros sobre el nivel del mar y rodeado de montañas imponentes, nos cautivó de inmediato. Fue una oportunidad irrepetible: la posibilidad de elaborar un vino de altísima calidad. Esa idea nos sedujo por completo y cambió el rumbo del proyecto... y también de nuestras vidas.
Adquirimos 100 hectáreas, de las cuales 20 son aptas para viñedos, con suelos de arenas graníticas completamente libres de sales. El resto es un paisaje de cerros y una antigua represa que aporta aún más carácter al lugar.
Comenzamos a estudiar cada paso. En un primer viaje a Mendoza para visitar viveros y analizar la disponibilidad de plantas, volvimos con la decisión de plantar en alta densidad. Sentíamos que un lugar tan especial merecía un viñedo único.
Mientras proyectábamos este sueño, surgió una segunda oportunidad: mi amigo Rodolfo Lávaque nos ofreció una tierra privilegiada en Cafayate, sobre el camino a Yacochuya. Era imposible resistirse: cuarenta hectáreas en una de las mejores zonas del valle. El trabajo se duplicó. Luego del desmonte manual y la perforación de un pozo de 220 metros —que transformó la fisonomía del desierto— apareció el verdadero desafío: las piedras.
Durante casi dos años libramos una batalla contra el suelo, hasta dejarlo preparado para recibir vida en forma de barbechos de vid. Hoy, allí crecen once hectáreas de Malbec en alta densidad (5.400 plantas/ha) y nueve hectáreas de Torrontés en sistema de parral. Paradójicamente, esta finca, que parecía la más fácil por su cercanía a Cafayate, resultó ser la más desafiante al momento de plantar, aunque ahora su manejo es más sencillo.
¿Y la casa? Bien, gracias.
Lo que empezó como un proyecto para el descanso y el dolce far niente se transformó en una pasión desbordante y un trabajo a tiempo completo.
En 2014 presentamos nuestros primeros vinos en los salones de vinos de altura de Salta, Córdoba y Buenos Aires, y comenzamos su comercialización. Así nacieron Altupalka Malbec Extremo, Altupalka Malbec-Malbec y Altupalka Sauvignon Blanc Extremo. Con el tiempo, sumamos nuevas etiquetas: Malbec-Tannat, Trivarietal Extremo, Cabernet Sauvignon-Malbec y un Torrontés que continúa sorprendiendo a quienes ya nos conocían.
Una empresa familiar
Detrás de Altupalka hay una familia comprometida en cuerpo y alma con este proyecto:
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Lucía Martorell, diseñadora, es el alma creativa detrás de la imagen de la bodega.
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Rodrigo Lazcano, su esposo, es ingeniero agrónomo y enólogo, responsable de toda la producción.
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Alejandro Martorell (hijo), Brand Manager, lidera la estrategia comercial y de marca.
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Alejandro Martorell (padre), socio gerente, es el motor fundacional del proyecto, impulsando cada paso con visión y determinación.
Nada de esto hubiera sido posible sin el apoyo incondicional de Ricardo y Graciela, mis padres, y sin el compromiso y entusiasmo de toda la familia: Luciana, mi esposa, y mis hijos Sofía, María, Lucía y Alejandro, quienes aportan sus talentos y vocaciones a un proyecto que ya es parte de nuestra identidad.
Gracias por acompañarnos en este camino.
Alejandro Martorell
Propietario de Bodega Altupalka